Cristo crucificado
1654-1656
La historia y andadura de este Cristo de Bernini están documentadas en la biografía publicada en 1682 por el italiano Baldinucci, que lleva por título «Vita del Cavaliere Gio. Lorenzo Bernino», y años más tarde, en 1713, vuelve a ser recordada en la biografía escrita por el propio hijo del escultor, Domenico Bernini. Baldinucci, al enumerar las esculturas realizadas por Bernini, describe un gran crucifijo de bronce, realizado a instancias del rey de España, con destino a la capilla de los «Sepolcri de’ Re» («sepulcros de los reyes», en referencia al Panteón de Reyes de El Escorial), y otro similar que había fundido para él mismo y que más tarde regaló a su amigo el cardenal Pallavicino.
Se trata de un Cristo de tamaño casi natural, denominado «académico», pues la efigie en bronce mide 140 cm de alto. Está sujeto con tres clavos, la cabeza inclinada sobre su hombro derecho y con diminuta corona de espinas, haciendo cuerpo con la cabellera. Presenta la boca entreabierta y los ojos semicerrados, con una expresión serena y cuerpo suavemente modelado con la llaga en el costado derecho, apenas perceptible. El «perizonium», o paño de pureza, cubre su desnudez, anudado en el centro con gracia muy barroca y pequeño vuelo sobre su cadera izquierda. La cruz de madera lleva el rótulo en bronce con el «INRI» guarnecido por molduras enrolladas y veneras. El cuerpo de Cristo —al igual que hiciera Velázquez en su ejemplar pintado para el convento de san Plácido de Madrid (c. 1632)— se representa con belleza apolínea e idealizada. Presenta una cabellera y barba labradas con gran virtuosismo, como es habitual en las obras de Bernini.
Se suponía que fue el pintor Velázquez, en su primer viaje a Italia, quien contactó con el escultor para que realizara un Cristo con destino al rey de España Felipe IV. Sin embargo, las últimas investigaciones han dado a conocer que la única obra de Bernini en España fue encargada por el duque de Terranova durante su embajada en Roma (1654-1657). El rey quedó tan satisfecho con el trabajo de Bernini que le recompensó con un collar de oro.
Gracias a los historiadores que describen la historia del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, podemos recomponer las vicisitudes de este Cristo y conocer los cambios de ubicación a los que fue sometida la obra. En 1657, el padre Santos, sin dar los nombres de los autores, conoció dos crucifijos de bronce dorado, el uno en la sacristía ―el de Tacca― y el que estaba en el Panteón ―el de Bernini―, que unos años más tarde, en 1659, sería sustituido por el de Guidi. Los textos del padre Ximénez de 1764 repiten lo dicho por el padre Santos y fue Antonio Ponz en 1765 quien, al describir la capilla del Colegio, dice: «hay un excelente crucifijo de bronce algo menor que el natural, y este ha de ser el que Felipe Baldinucci, en el catálogo de las obras del gran profesor Lorenzo Bernini, dice que hizo para la real capilla del señor Felipe IV, en donde expresa el tamaño, y materia de la figura, y se colige también por su artificio, y por la circunstancia de haber estado antes en la capilla del panteón, que naturalmente será la que quiere expresar Baldinucci».
Este maravilloso Cristo es la única obra que le fue encargada a Bernini desde el extranjero y salió de Italia antes de 1658, aún en vida del autor. A pesar de su calidad, la obra no se consideró adecuada para el fin para el que había sido concebida y expresamente encargada por Felipe IV, rey de las Españas, el único monarca europeo que podía tener acceso en esos momentos a una obra del genial escultor.