Crucifijo
1621-1622
Escaparate de madera ebonizada con vidrios, que acoge una magnífica cruz relicario y un pedestal, con capacidad para trece tecas con reliquias, así como un soberbio Cristo de marfil atribuido al artista Georg Petel (ca. 1601-1634). A la riqueza de los materiales, así como la relevancia intrínseca de las reliquias, en pleno apogeo de la Contrarreforma, se debe sumar la extraordinaria calidad técnica y artística de la figura de Jesús en la cruz.
Dicho elemento, anclado en un alto basamento, emerge del centro del conjunto, culminando en la parte superior con una cartela con la grafía «INRI» en tres idiomas (hebreo, latín y griego). La escultura de Jesús, clavado con tres clavos, a punto de expirar, está realizada en tres piezas de marfil (cuerpo y ambos brazos) en una postura que aprovecha la curvatura natural del colmillo. La talla es de gran precisión y refinamiento, digna de un artista que ha estudiado con excelencia los rasgos anatómicos del cuerpo humano. Destaca el tratamiento del rostro, de la mirada y del cabello, que se pega en gruesos mechones a la cara y los hombros.
Margarita Estella (1984), aunque de pasada, relaciona esta obra con otras creaciones del alemán Georg Petel, en especial con el Cristo de la colección Pallavicino de Génova. Con este crucificado comparte detalles muy característicos, como los enunciados del rostro, la venosidad de los brazos clavados en la cruz o el paño de pureza, que se asemeja a la técnica de «paños mojados» grecolatinos. Incluye también detalles de virtuosismo, como la ausencia de tela en la zona del costado, que deja a la vista la soga que lo sostiene. José Manuel Casado Paramio (1997) vincula igualmente esta obra con influencias miguelangelescas, así como con el Laocoonte, y la data en la etapa italiana de Petel, hacia 1622.
Precisamente las intensas relaciones epistolares del Monasterio de la Encarnación y de su priora, Mariana de San José (1568-1638), con la hermana de la reina Margarita de Austria-Estiria (1584-1611), la archiduquesa María Magdalena (1539-1631), produjeron un importante intercambio de regalos entre las dos mujeres, que incluía pinturas, telas y objetos litúrgicos. Aunque no se menciona en ningún momento esta pieza, no es descabellado pensar en una hipotética llegada por esta vía. La posible relación de Magdalena, o algún familiar suyo, con el artista no debe restringirse solo a la etapa italiana de este, sino también a la alemana. De hecho, la madre de Margarita y Magdalena, María Ana de Baviera (1551-1608), nació en Múnich y la hermana mayor de estas, Leonor de Habsburgo (1582-1620), quien quiso ingresar en la Encarnación, fue religiosa en un monasterio del Tirol.