La gallina ciega
1789-1803
En 1780 hubo un parón drástico en la actividad de la Real Fábrica de Tapices, por decisión del rey Carlos III (1716-1788), debido a la guerra con Inglaterra y a las necesidades que suscitaban este tipo de situaciones. A causa a esta falta de encargos, Francisco de Goya (1746-1828) tuvo que buscar otro tipo de ingresos, así como clientes a los que poder satisfacer con sus obras. La vuelta a la actividad de la fábrica encontró a un Goya que tenía que hacer frente no solo a las obligaciones derivadas de su condición de pintor del rey, sino también a las de académico (ingresó en ese año), y a la numerosa clientela particular madrileña, teniendo que adaptarse a una vida llena de actividad con un ritmo totalmente frenético.
A pesar de este momento de trabajo extenuante, el pintor aragonés logró realizar algunos de sus más celebrados diseños. A sus conocidas composiciones de «Las cuatro estaciones» o «El quitasol» hay que sumar «La gallina ciega», obra que iba a formar parte de la decoración del dormitorio de las Infantas o del Infante en el Palacio Real de El Pardo, hacia 1788. Según José Luis Sancho (2002), al final del reinado de Carlos III (1759-1788), estas estancias tenían unos tapices imitando a Teniers «bastante usados y desmayados de colorido». Para renovarlas, se pensó en colocar unos diseños campestres, muy amenos, y centrados en escenas populares a orillas del Manzanares o a los pies de la ermita de san Isidro. Sin embargo, el fallecimiento del rey imposibilitó su realización y Goya nada más pintó el cartón de este tapiz, tejiéndose, consecuentemente, solo este paño.
En esta escena de divertimento encontramos ocho personajes, la mayoría vestidos de majos, a excepción de dos con elegante indumentaria francesa. Están a orillas del Manzanares, con la sierra del Guadarrama al fondo, y se dan la mano formando un corro y rodeando a una novena figura, que lleva los ojos vendados y sujeta una cuchara de madera. Como en otras ocasiones, las connotaciones festivas y amorosas se unen, creando varias lecturas de poder, fuerza y erotismo que se materializan por el hecho del juego en sí. De esta manera, el personaje con los ojos vendados, intenta atizar a alguno de los restantes miembros del grupo, que con miradas pícaras y cómplices deciden, o no, dejarse tocar.
A partir de este encargo, Goya se queja de que «no duerme ni tiene sosiego» desembocando, desde abril de 1790, en una negativa constante a seguir siendo pintor de cartones de tapices. Su relación con la Real Fábrica culminará finalmente tras la entrega de la séptima y última serie en 1792.