La resurrección de Lázaro
1695-1698
Giordano se ha atenido fielmente al texto del conocido episodio narrado en el evangelio de san Juan (11, 33-44). En el centro aparece Cristo con el brazo alzado hacia Lázaro, invitándole a salir de su tumba. El resucitado se desenvuelve de la mortaja que le cubría, dejando al descubierto un cuerpo desnudo de fuerte musculatura y en valiente escorzo, y en cuyo rostro se apercibe un gesto de diálogo con Cristo. Su palidez mortecina contrasta con la riqueza colorística de los mantos de los personajes, destacando especialmente el rojo de la mujer, que se tapa la nariz por el fuerte hedor que desprende la tumba. Alrededor del sepulcro se disponen diversos personajes en actitudes de sorpresa ante el hecho milagroso, pudiéndose reconocer junto a Cristo algunos de sus más allegados discípulos, como Pedro y Juan. Las hermanas de Lázaro ―Marta y María― se encuentran arrodilladas a un lado, y se distinguen por su actitud de agradecimiento hacia Jesús.
Aunque no exista unidad temática, este cuadro conforma una serie pictórica con la «Vocación de san Mateo» y el «Prendimiento de Cristo» de Giordano, pertenecientes a las colecciones de Patrimonio Nacional. Razones estilísticas y de tamaño así lo justifican. El pintor plantea la composición con una amplia escenografía de arquitecturas clasicistas y una gran escalinata, que simula ser el decorado de un cementerio. Además, la figura de Cristo presenta el mismo modelo tipológico de canon monumental e idéntico atuendo en las tres pinturas. Los personajes que completan el relato se acomodan en diversas alturas y con posturas muy variadas, logrando una composición muy dinámica y de un gran decorativismo barroco, gracias a la utilización de un colorido muy brillante, con poderosos efectos de luz y sombra, que acompaña a toda la serie. Todos estos elementos estilísticos convierten a la obra en un representativo ejemplo de su estilo más maduro en España, que se desarrolla entre los años de 1695 y 1698.
De esta forma conjunta se registran las tres pinturas en la testamentaría de Carlos II, de 1701, concretamente en la ermita de San Juan del Palacio Real del Buen Retiro. Y allí permanecen en la de Carlos III, de 1794, para pasar al Palacio Real de Madrid, donde están asentadas a partir de su inventario artístico de 1814.