Perseo libera a Andrómeda
Hacia 1556
Durante uno de sus viajes a Flandes, el futuro Felipe II de España (1527-1598) compró la importante serie del «Apocalipsis» y en diciembre de 1556 la de las fábulas de Ovidio —compuesta por diez paños— a Pierre van de Walle, de la que depende esta obra de Perseo. Esta serie fue realizada por el tejedor Wilhem Pannemaker (1510-1581) y sus cartones posiblemente se deban a Jan Cornelizs Vermeyen (1504-1559) o Pieter Coecke van Aelst (1502-1550). Años después, se adquirieron algunas de las tapicerías más famosas del monarca español, y de las más relevantes de Patrimonio Nacional, como «Grutescos con monos» o una de las tres series de «Vertumno y Pomona».
Es muy interesante comparar y relacionar estas compras de tapices con las de otras piezas de arte y empresas decorativas, asimilando así el gusto del futuro monarca al de un príncipe del Renacimiento, un auténtico mecenas y coleccionista de la Antigüedad. Como comenta Checa Cremades (2010), tras sus dos viajes a Flandes, Felipe II adquirió su gusto por las artes, teniendo en cuenta el estilo renacentista italiano. De hecho, es desde este punto de vista desde el que se deben entender sus primeras adquisiciones de tapices en Flandes, en las que los temas anticuarios, por un lado, y los de un sentido decorativo a lo renacentista, por otro, están desarrollados. Se debe enlazar, por tanto, esta obra y el resto de la serie sobre las «Fábulas» de Ovidio con las «Poesías» realizadas por Tiziano (1489-1576). El uso de estas temáticas mitológicas, de clara influencia italiana, demuestra el impulso que se estaba dando a la imagen de la monarquía del momento, creando un entorno «moderno» semejante al gusto de la época.
La escena narrada en «Las Metamorfosis» cobra aquí plasticidad en un Perseo de riguroso perfil, situado en el lado izquierdo de la composición que, volando desnudo, sin más indumentaria que las sandalias aladas, porta un paño que ondea al viento junto con sus armas. Esta figura, con un rostro que recuerda a la medallística clásica y despojada de sus ropas siguiendo la tradición de la estatuaria grecorromana, se dirige a Andrómeda quien, en el lado opuesto del campo del tapiz y también desvestida, se encuentra amarrada a un árbol cerca de la orilla del mar. Entre ambas figuras, se dispone un dios Neptuno de espaldas y frente a él un horrible monstruo marino que desafía a Perseo con sus fauces abiertas. La conjunción del monstruo marino con las serenas bellezas de Perseo y Andrómeda es un magnífico símil entre la lucha del bien contra el mal y la victoria, siempre, del primero frente al segundo.