El retrato de Felipe II de Antonio Moro, propiedad del Museo de Bellas Artes de Bilbao desde 1992, es una de las mejores imágenes que representa al joven Felipe como príncipe de la monarquía española. Moro lo pintó durante la estancia del príncipe en Bruselas entre abril de 1549 y mayo de 1550, cuando estaba realizando su “Felicíssimo viaje” a Europa, como así lo tituló Juan Cristóbal Calvete de Estrella en su famosa crónica publicada en Amberes en 1552. Durante dicha jornada su padre Carlos V lo presentó como el heredero de la Casa de Austria en los Estados Generales de Flandes, así como ambos -padre e hijo- tuvieron la oportunidad de protagonizar las importantes entradas triunfales en Bruselas y Amberes en la primavera de 1549, para terminar el periplo en Augsburgo en 1551, donde se celebraría la Dieta Imperial.
Este viaje fue fundamental para la formación artística del futuro Felipe II y gracias a su tía María de Hungría, gobernadora de los Países Bajos, pudo conocer de primera mano la obra de artistas tan importantes, como Leone Leoni, Antonio Moro, Tiziano o Michiel Coxcie, cuyas piezas aparecían reunidas en sus palacios de Coudenberg, Binche o Turnhout. Todo este bagaje artístico le llevará a ser uno de los principales mecenas de su época, un coleccionista universal de objetos de todo tipo, que contarán con el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial como el mejor lugar para su exhibición.
Moro, con su acostumbrado virtuosismo técnico, nos muestra a un joven Felipe, en una majestuosa pose que encarna en sí misma la majestad real. A ello ayuda el lujoso traje cortesano, con un rico jubón negro, bordado en plata y recorrido por una botonadura dorada, bajo el que asoman las mangas acuchilladas de raso amarillo, a juego con sus calzas y coquilla, sin olvidar la riquísima empuñadura de la espada. Sobre su pecho pende de unas cadenas de oro la insignia del Toisón de Oro, la orden por excelencia de la monarquía hispánica. Por tanto, es la imagen que mejor encarna al perfecto príncipe del Renacimiento, no muy diferente a la propuesta contemporánea de cuerpo entero, realizada por Tiziano en 1551, hoy en el Museo Nacional del Prado, que no llegó a tener el éxito de las versiones creadas por Moro. La manera de pintar del holandés, con un dibujo preciso y una marcada atención a los detalles, mostró la senda de la retratística española a partir de la década de los años sesenta del siglo XVI.
El retrato de Moro no aparece en ninguno de los inventarios reales españoles, lo que indica quizás otra procedencia y no un encargo directo de Felipe o de otro miembro real. Su existencia sólo puede documentarse a partir de 1746, cuando el retrato es mencionado en la colección de los condes de Spencer, donde ha permanecido hasta su adquisición por el Museo de Bellas Artes de Bilbao en 1992. De ahí, la inscripción que figura en inglés sobre el fondo del retrato en su parte superior –“Philip 2nd King of Spain // Ant. More Pt.”.
Biografía
Moro, Antonio (Anthonis Mor van Dashorst) (Utrecht c. 1516/1519-Amberes 1576).
Alumno del romanista Jan van Scorel, de quien aprendió los pormenores del género del retrato. Aunque no esté documentada su estancia en Italia, fue buen conocedor de la retratística de los italianos Bronzino y Gian Battista Moroni. En 1547 ingresó como maestro del gremio de pintores de San Lucas en Amberes. Antes de marzo de 1549 entró en contacto con la corte española en Bruselas a través de Antoine Perrenot, el futuro cardenal Granvela, quien fue su primer mecenas. En este ambiente pudo conocer los retratos de Tiziano, encargados por la gobernadora de los Países Bajos y hermana de Carlos V, María de Hungría, y por Granvela, que fueron fundamentales para su formación. En verano de 1549 retrató al joven príncipe Felipe (II) durante su Felicissimo Viaje, así como al futuro cardenal y al duque de Alba.
Granvela propició que entrase al servicio de María de Hungría en la corte imperial de Bruselas, quien le envía a la Península Ibérica para retratar a una buena parte de la familia Habsburgo entre 1550 y 1553. La primera etapa de este viaje se desarrolló en Castilla, realizando los retratos de María y Maximiliano de Austria, gobernadores de España ante la ausencia del príncipe Felipe, a la hija de los primeros, Ana de Austria de muy corta edad, al príncipe don Carlos y al bufón Perejón. En Portugal retrató entre 1552 y 1553 a la reina Catalina de Austria, a su marido Juan III, al príncipe don Juan, a la princesa María de Portugal, con quien se pensaba casar Felipe, y a otros cortesanos. En 1554 se trasladó a Inglaterra para retratar a la reina María Tudor, que sería la segunda mujer de Felipe II, quien le nombró pintor real a finales de ese año con un salario anual de 300 ducados.
En 1557 pintaría el retrato de Felipe II tras la jornada de San Quintín y a otros muchos nobles proespañoles, como Emanuele Filiberto de Saboya o Vespasiano Gonzaga. En verano de 1559, Moro vino a España con el séquito de Felipe II, siendo alojado en el mismo Alcázar de Madrid, donde estableció su taller y allí trabajó fundamentalmente en la ampliación de la galería de retratos que se estaba montando en el citado Alcázar y en el Palacio de El Pardo. En 1560, el artista regresó definitivamente a Flandes por tener problemas con la Inquisición, dejando tras de sí las bases para la conformación de la escuela retratística española de la segunda mitad del XVI y principios del XVII, en la que florecieron Sánchez Coello, Pantoja de la Cruz y Bartolomé González, entre otros.