Alfonso XIII, rey de España, a caballo
Fechado en 1905
El pintor Ramón Casas y Carbó (Barcelona, 1866-1932) fue uno de los principales representantes del modernismo y postimpresionismo en la pintura española. Formado en Barcelona y París, desarrolló primero temas de tipo social, para centrarse después en el retrato y escenas de interior, así como en su faceta de dibujante y cartelista. Tuvo una especial relevancia en los círculos modernistas catalanes, participando muy activamente en las revistas «Els Quatre Gats», «Pèl & Ploma» y «Forma». En 1904 se trasladó a Madrid, queriendo abrirse camino como retratista de la burguesía de la capital. Para ello, apuntó a lo más alto, proponiéndose hacer un retrato del joven rey Alfonso XIII, el retrato ecuestre que conserva Patrimonio Nacional, fechado en 1905.
El monarca está representado con atuendo de cazador, a lomos de un bello caballo, con pose orgullosa. Se sitúa al aire libre, en una zona cercana a Madrid, probablemente el monte de El Pardo, pues se aprecia al fondo la sierra de Guadarrama, cuyos tonos azulados se confunden con el cielo, cubierto de nubes, y que ocupa prácticamente la mitad superior del lienzo. El punto de vista que ha elegido el pintor es bajo, de manera que el rey nos contempla desde arriba, en una composición «sotto in su», con la finalidad de subrayar la monumentalidad del retrato y la altivez de la mirada regia.
Para su realización, Casas obtuvo dos sesiones de posado, que le bastaron para componer el cuadro y captar las facciones y expresión del rey. Se apoyó también en fotografías y estuvo en las caballerizas dibujando. Pintó varios estudios previos, en los que se centró en definir la expresión del monarca y sus rasgos más característicos. La elección de la tipología de retrato ecuestre, así como de la indumentaria de cazador y el paisaje en el que le ubica, suponen una referencia explícita y muy clara a los retratos del rey Felipe IV a caballo o con atuendo de cazador pintados por Velázquez. Los tonos pardos y grises, lo escueto y rotundo de la composición y la pincelada suelta y certera aproximan a Casas al maestro del naturalismo, a quien pudo estudiar con detenimiento en su estancia madrileña.
El cuadro no convenció al rey, probablemente por haberle representado de manera excesivamente realista y quizá por su modernidad. Fue comprado por el magnate norteamericano Charles Deering para el palacio que tenía en Sitges y años después lo donaría al Palacio Real de Pedralbes de Barcelona.