Carlos IV a caballo
1803-1806
En 1803, Carlos IV, gran coleccionista y conocedor de las colecciones reales y nobiliarias europeas, adquirió un centenar de esculturas de bronce de pequeño formato al pintor, grabador y amante de las artes, el francés Jean Philippe-Guy Le Gentil (1750-1824). El por entonces conde -posteriormente marqués- de Paroy conocía al monarca español, puesto que había ejercido como intermediario para encargos y compras del rey a los artistas de París. El gusto que desde sus tiempos de príncipe de Asturias tenía don Carlos por el arte francés y, muy especialmente, por las artes decorativas de aquel país y las cantidades de dinero que en ello podía invertir eran bien conocidos en la capital del Sena, y una serie de «marchands merciers» y diplomáticos ayudaron al monarca a lograr el objetivo de componer una excelente colección, nutrida de obras de arte venidas del otro lado de los Pirineos. Ambos personajes, Paroy y Carlos IV, tenían en común una personalidad inquieta y coleccionista, interesada por las artes y por todo tipo de ingenios e invenciones, especialmente aquellos que estaban encaminados a perfeccionar las manufacturas artísticas. De hecho, Paroy creó en Montreau una de las primeras manufacturas de loza fina de Francia, que llegó a emplear a más de 1500 operarios.
La colección de pequeños bronces perteneciente a Paroy -hoy repartida entre el Museo Nacional del Prado y Patrimonio Nacional- contaba con un grupo de esculturas ecuestres de monarcas de la Casa de Borbón. Una genealogía estatuaria iniciada con la de Enrique IV que, según parece, llegaba hasta su actualidad y en la que únicamente faltaban las de Luis I y Fernando VI. Genealogía que el rey, lógicamente, quiso completar con alguna pieza que pusiera un digno colofón al conjunto. Paroy, que en 1785 había accedido a la Real Academia de Pintura y Escultura de París, intervino de nuevo como intermediario para satisfacer los deseos del monarca, quien le encomendó -el mismo año de la compra de la colección- la tarea de conseguirle dos retratos ecuestres suyos, uno en bronce y otro en plata.
El responsable de materializar ambas esculturas de sobremesa fue el escultor y cincelador de metales Lucien-François Feuchère (hacia 1750-1824), quien dirigía junto a su padre uno de los mayores talleres parisinos para la fabricación de objetos de bronce. Para ello, se inspiró en la colosal escultura ecuestre de Luis XIV, que François Girardon (1628-1715) fundió para la actual plaza Vendôme de París. Aunque esta monumental obra había sido destruida durante la Revolución francesa, se habían fundido gran cantidad de copias a tamaño reducido, que lograron una enorme difusión de la imagen ecuestre y victoriosa del Rey Sol por toda Europa. A la postre, la fuente primigenia de este tipo escultórico era una de las estatuas romanas más conocidas del arte universal, la del emperador Marco Aurelio, fundida en el mismo material en el año 176 de nuestra era, y actualmente en el Museo Capitolino de Roma.
De las dos obras de Feuchère que llegaron a Madrid en 1806, solo se conserva la fundida en bronce, dándose por hecho por los estudiosos que la realizada en plata, o bien salió en el llamado «Equipaje del rey José», o bien fue fundida, transformándose en liquidez económica precisamente durante el periodo del Gobierno Intruso.