Ciego y lazarillo comiendo huevos
Hacia 1784
Esta escena invita a fantasear en su interpretación: un anciano ciego, y al parecer músico ambulante por la guitarra que tiene al lado, está comiendo huevos fritos y bebiendo vino junto a un joven, también sentado, que mira al espectador con sonrisa burlona. El asunto trae a la memoria un célebre episodio de la literatura española, el del racimo de uvas del «Lazarillo de Tormes», aprovechando el pícaro la limitación del otro para salir beneficiado. La sirvienta en pie, atenta a los comensales, parece un personaje secundario de la narración, sin el protagonismo que otras lecturas le han querido otorgar con una fértil inventiva.
Se adivinan tiempos mejores en el pasado, por la casaca, calzón, medias y zapatos con hebillas del ciego y el retrato velazqueño de Isabel de Borbón que cuelga en alto, impropio de una casa humilde y acaso un rendido homenaje al maestro sevillano de Luis Paret (1746-1799). No alcanzamos a descifrar otros detalles repartidos por el cuadro, por falta de definición: un par de estampas en las paredes, los papeles del suelo... Sin embargo, en los cacharros en primer término hace alarde de bodegonista, dotando de corporeidad a los objetos representados en la superficie plana de la tabla de nogal. Las telas tendidas, tan diferentes de las sedas colgadas en «La tienda de Geniani» (Madrid, Museo Lázaro Galdiano, inv. 02512), contribuyen a poner de manifiesto un interior modesto, que empareja fácilmente con «El rezo del rosario» (inv. 10010067), con el que estaba asociado en el palacio de Boadilla del Monte, propiedad del infante Luis de Borbón. Esa relación la determina el número «1.» que comparten ambas pinturas, en rojo en el ángulo inferior derecho, y la letra «B.» también en rojo, a la izquierda, correspondiente a la inicial del citado palacio del infante, a menos de tres leguas de la Villa y Corte. A su muerte, el cuadro pasó a su viuda, María Teresa Vallabriga, y después a su hija María Luisa de Borbón, duquesa consorte de San Fernando de Quiroga. A esta última, ya viuda, lo compró José de Salamanca en 1845, siendo adquirido después por Isabel II, en febrero de 1848, como indica la etiqueta pegada a la trasera con el número «231.».
En la escritura de la compra de palacio se describe el cuadro de la siguiente manera: «Otro pintado sobre tabla; representa un traje de Castilla en figura de un labrador ciego comiendo en un plato, con un muchacho lazarillo y una joven mirándoles; alto dos pies, ancho un pie y siete pulgadas; su autor, Paret; tiene marco dorado». Esa referencia a «un traje de Castilla», junto a la «ropa tendida», han servido de títulos del cuadro hasta fecha bastante reciente.