Cumplimiento de las profecías en el nacimiento del Hijo de Dios
1500-1502
Cuando la princesa Juana de Castilla (1479-1555, futura reina Juana I) adquirió los conocidos como «Paños de Oro» en Toledo al más afamado tejedor de su época, Pierre van Aelst en 1502, también compró dos piezas más de tapicería, con episodios de la vida de la Virgen. Estas dos obras acompañaron a la reina en su retiro en el Palacio Real de Tordesillas, y como tales aparecen en un inventario de 1509 publicado por Marquet de Vasselot. En dicho palacio las vio su hijo, el futuro emperador Carlos V (1500-1558) y se las regaló a su mujer, Isabel de Portugal (1503-1539). Tras la muerte de la emperatriz, volvieron al emperador y tras el fallecimiento de este, fueron adquiridas por su hijo, Felipe II (1527-1598), quien las destinó al Monasterio de El Escorial en 1574. En este emblemático lugar estuvieron hasta 1593, momento en el que el propio rey emitió una cédula donde indicaba que debían retirarse. Posteriormente, estuvieron en otros espacios significativos de la monarquía española, como el Alcázar de Madrid, en época de Felipe IV (1605-1665), el nuevo Palacio Real, ya con la dinastía Borbón y hasta finales del siglo XX en el Museo de Tapices del Palacio Real, trasladándose al Museo de tapices de la Granja de San Ildefonso (Segovia) en los años 90.
Este paño está enmarcado por una cenefa prototípica del siglo XVI, aunque el diseño del campo del tapiz (que se atribuye a Jan van Roome) evoca una estética anterior. En dicha parte se sitúa una arquitectura de estilo gótico, de pilastras estriadas y fustes geométricos muy delicados, que divide el espacio en siete nichos de diferente proporción. Los tres mayores tienen una disposición de tríptico, con su parte central y las dos alas laterales, y los cuatro restantes, más pequeños, se sitúan en la parte superior de las alas de los lados del tapiz.
En los extremos de las alas del tríptico se representa a la profetisa Ana y a Simeón, mientras en los lados más cercanos a la escena central, a Adán y Eva tras haber pecado. El resto de las escenas laterales están protagonizadas por dos pasajes de Jesús. En un lado, Cristo y la mujer adúltera y en el contrario, la multiplicación de los panes y los peces y Cristo y la samaritana. Estos episodios son contemplados por gran cantidad de público situado en la parte superior de la escena, al aire libre o en palcos.
La escena central está presidida por un rico dosel bajo el cual se encuentran una multitud de personajes que dirigen sus miradas al centro de la composición, donde se sitúa la Virgen con el Niño en su regazo. Bajo ellos, Moisés con la zarza en llamas que no se combustiona y Gedeón con, como bien apunta Ignacio-Sebastián Ruiz Hernández (1985), el vellón que no se mojaba tras el rocío de la noche, símbolo del poder de Dios.