El paso del mar Rojo
1600-1617
La escena representa de forma muy exacta el relato del Éxodo (14, 21-29), en el que se cuenta cómo el pueblo hebreo atravesó el mar Rojo, huyendo de la esclavitud a la que le había sometido el imperio egipcio. Pero cuando los israelitas acabaron de pasar el mar, las aguas turbulentas volvieron a su cauce, pereciendo las tropas egipcias que habían ido en su búsqueda. Sobre un montículo en la parte superior, Moisés clama a Dios que sople un fuerte viento y se retiren las aguas para dejar paso al pueblo elegido. Todo el primer plano lo ocupan las tropas del faraón, quienes con sus caballos y camellos embravecidos se ahogan con sus banderolas en las profundidades del mar. El faraón, vestido como un emperador romano y sentado en su carro triunfal, se hunde de forma muy dramática entre olas voladoras.
La composición es de una imaginación desbordante y de una teatralidad típica en Tempesta, donde personajes y caballos perecen en un complicadísimo torbellino marino, logrado a través de las vetas naturales más bellas del ágata. La piedra le proporciona al artista una ocasión para aprovechar el soporte natural y lo hace con increíble destreza, no solo para hacer las olas del mar, entre cuyas líneas concéntricas se van acomodando las cabezas y cuerpos de los soldados y caballos del ejército egipcio, sino también para simular las nubes sobre un cielo azul. La fluidez de su pincelada define la composición abigarrada y los colores esmaltados ayudan a resaltar la luminosidad de la piedra. Tempesta consigue dotar a la escena bíblica de la misma violencia que a sus escenas de batallas o caza, así como los movimientos escorzados de las figuras y caballos recuerdan a los que aparecen en sus grabados.
Probablemente la pintó ya en Roma, ciudad a la que se traslada desde su tierra natal —Florencia— en 1575, ya que es allí donde la pintura sobre piedra gozó de un gran éxito entre los coleccionistas más distinguidos desde finales del siglo XVI. Pero la delicadeza de este soporte ha provocado que se conserven muy pocos ejemplares, y de ahí, la importancia de esta obra. Posiblemente pueda identificarse, como apunta Antonio Vannugli (2007), con el cuadro anónimo del mismo tema y soporte, que se encontraba en el camarín del palacio del duque de Lerma, quien lo había recibido como regalo del papa Paulo V (Borghese).
La obra entró en las colecciones reales españolas en época de Felipe IV, registrándose por primera vez en el inventario del Alcázar de Madrid de 1666, como de «mano no conocida». En la testamentaría de Carlos II del Alcázar de 1701 ya se registra acertadamente como «de mano de Tempesta».