La Virgen de Atocha
Hacia 1634
La Virgen de Atocha fue una de las principales devociones marianas que contaron con el favor de la Corona española, desde que en 1602 Felipe III y Margarita de Austria le otorgaron la condición de patronato real a la capilla donde se veneraba, dentro de la basílica del convento madrileño de Nuestra Señora de Atocha. La imagen icónica es un trampantojo «a lo divino» de la popular escultura mariana original, que hoy preside el retablo mayor de dicha basílica. La Virgen está vestida y coronada como lo hacía en su altar en el siglo XVII, antes de las importantes reformas realizadas en la capilla y en su retablo a partir de 1648, cuando Felipe IV se hace cargo del patronazgo de la iglesia de Atocha. Lleva saya y manto de brocado dorado de fondo marrón, a juego con el atuendo del Niño, al que sostiene con su brazo izquierdo, mientras que con su diestra levantada muestra una esfera roja, como en el ejemplar original. Su rostro inerte va recortado por un rostrillo oval, y por encima, corona de peineta y resplandor circundante. Sus hombros van cubiertos por una estola blanca guarnecida de prendedores de brillantes, y sobre ella destaca el gran rosario de cristal de roca. Sobre el pecho ostenta un broche con el anagrama de María, rematado por la corona real, lo que podría indicar que fuera una donación de los monarcas. El Niño está tocado con similares corona y resplandor dorados y parece bendecir con la diestra. A ambos lados, una pareja de angelitos deja al descubierto tras un cortinaje verde la imagen de la Virgen, recurso que ayuda a comprender el montaje de su retablo.
Tras las investigaciones aportadas por Benito Navarrete (2021), se puede aseverar que está debió ser la imagen icónica que encargó, por su gran devoción a la Virgen de Atocha, el cardenal Cesare Monti, arzobispo de Milán y nuncio en España entre 1630 y 1634, al pintor dominico que trabajaba para la corte real, Juan Bautista Maíno. Su inconfundible estilo puede reconocerse en los dos ángeles que descorren el cortinaje, muy parecidos a los representados en la decoración mural del sotocoro del convento de San Pedro Mártir de Toledo (1620-1624). La reproducción pictórica se efectuó poniéndola en contacto con la escultura original de la Virgen para extraer las medidas exactas, aunque también el cardenal pretendía beneficiarse de las propiedades milagrosas que podían transmitirse mediante dicho contacto. Así nos lo cuenta el cronista de la Virgen de Atocha, Jerónimo de Quintana (1629), cuando habla específicamente de este encargo: «hizo tocarla a ella para llevarla consigo».
Se ha incorporado a las colecciones reales de Patrimonio Nacional a finales de 2022.