Paisaje con río
Hacia 1650
Esta escena forma parte de una serie de ocho paisajes de formato vertical, a modo de rinconeras, para la decoración pictórica del Palacio Real de Aranjuez. Su tratamiento estilístico se encuadra dentro de los parámetros característicos de la obra de Martínez del Mazo, cuyos paisajes imaginados de frondosos árboles y celajes azules de algodonosas nubes, con o sin personajes de la campiña, dan una sensación de frondosidad y calma que resulta de una gran originalidad dentro del panorama de la pintura española del momento. Esta interpretación tan libre de la naturaleza tiene un claro precedente en las dos obras maestras de la historia del paisaje occidental que son las vistas del jardín de la Villa Medici en Roma de Diego Velázquez, maestro y suegro de Mazo desde que este se casó con su hija en 1633 y bajo cuya protección inició su carrera artística en la corte real madrileña. En línea con las interpretaciones velazqueñas, estas naturalezas están tratadas con una pincelada suelta y libre y con una gama de color muy auténtica con respecto a la realidad, que se consigue gracias a la aplicación de unas luces tamizadas que penetran entre los árboles.
Asimismo, reflejan el conocimiento de los paisajes clásicos de Claudio Lorena, que colgaban ya en el Palacio Real del Buen Retiro, o de los que Mazo tuvo ocasión de contemplar durante su viaje a Italia en 1657, dejándose sentir su influencia en la concepción tan vertical de sus composiciones o en el tratamiento tan personal de la luz, lo que acaba otorgando cierta melancolía a su visión del paisaje.
Estas recreaciones naturalistas de Mazo, así como también las de su discípulo y colaborador Benito Manuel Agüero, son un ejemplo perfecto de la trayectoria que iba a tomar el paisaje cortesano en la corte madrileña en los años centrales del siglo XVII dentro de la historia del género en Europa.