Proyecto de Filippo Juvarra para el Palacio Real de Madrid: secciones longitudinales y alzados de la fachada principal y a los jardines.
1735-1736
El incendio del viejo Alcázar de Madrid el 24 de diciembre de 1734 obligó a la inmediata construcción de un palacio real más acorde con la estética de la nueva dinastía, y que cumpliese con las necesidades propias de una residencia regia. De hecho, resultaba sorprendente que una de las monarquías más importantes del continente no contase con un edificio como símbolo de su poder, y que respondiese a un programa artístico propio. Para ello, Felipe V llamó a Filippo Juvarra, arquitecto italiano de reconocido prestigio en Europa.
A su llegada a Madrid en abril de 1735, Juvarra inició el proyecto eligiendo una nueva ubicación en los altos de San Bernardino, una zona más periférica del centro de la Villa, lo que habría supuesto una actuación urbana de primer orden.
Junto a una planta del piso bajo custodiada también en el Archivo General de Palacio, estos cinco dibujos constituyen la versión definitiva del impresionante proyecto que finalmente no se construyó. Su idea se basaba en un gran edificio con fachadas de más de 450 metros de longitud, y ordenado en torno a cuatro grandes patios, dos de honor en el eje central, que incluían la capilla y la biblioteca, y otros dos auxiliares en los laterales. En vertical contaba con planta baja, principal y segunda, coronadas por una balaustrada.
Estos cinco dibujos representan tres secciones y dos alzados: una sección longitudinal del ala de la biblioteca, que incluye el teatro y las escaleras y entradas a las habitaciones de los príncipes e infantes; otra sección longitudinal corresponde a la entrada y atrio y al ala de la escalera principal y la capilla; la tercera es una sección transversal por el patio principal y colaterales; por último, dos alzados de la fachada a los jardines y de la fachada principal. Todos ellos corresponden a la misma versión del proyecto, la más completa y de mayores dimensiones.
Al tamaño y espectacularidad de sus trazas hay que añadir el hecho de que se hayan conservado unidos y preparados para ser expuestos, probablemente en el estudio del arquitecto mayor, donde permanecieron durante más de un siglo. Estaban montados sobre tela con un marco de madera pintada de rojo y remates dorados en la parte superior, mientras que en el inferior se tensaban con un cilindro de similares características.
Tras la prematura muerte de Juvarra en enero de 1736, y en una decisión de enorme valor simbólico, relacionada con el cambio dinástico en la monarquía española, Felipe V varió el emplazamiento por el terreno del antiguo Alcázar de los Austrias. Se elaboró un nuevo proyecto cuya ejecución comenzó en la primavera de 1738, bajo las órdenes Giovanni Battista Sacchetti, discípulo del maestro de Messina.