Retrato de Mariana de Austria orante
1658-1660
La imagen retratística de Mariana de Austria no recuerda ningún modelo anterior velazqueño, al contrario de lo que ocurría con el de Felipe IV, como así lo indica Ángel Aterido (2014). La moda de su atuendo y peinado corresponden con el final de la década de los cincuenta. La melena suelta dividida en dos partes, con los dos mechones recogidos sobre la frente y el de su izquierda adornado por una gran perla, quizás la «Peregrina», concede al rostro de la reina un aspecto más juvenil que cuando Velázquez la retrató en torno a 1652 con una rígida peluca, ejemplar que hoy se conserva en el Museo Nacional del Prado. Este tratamiento tan natural acentúa más la diferencia de edad con el rey, que era veintinueve años mayor que ella. Las zonas más trabajadas en ambos retratos son la cabeza y las manos, aunque estas resultan algo desproporcionadas con respecto al cuerpo. El traje de Mariana está conseguido con mayor soltura técnica que el atuendo negro del rey y, aunque algunos pigmentos se han degradado en entonaciones demasiado pardas, se aprecia todavía cómo el artista aprovechó parte de la preparación del lienzo para la consecución de un mayor volumen y ciertos matices en el color. Los brillos de las telas se consiguen gracias a unos toques más cargados de óleo, lo que le otorga una mayor vibración cromática. La renovación de la imagen de la reina se produciría ya tras la muerte de Velázquez en 1660, cuando su yerno Juan Bautista Martínez del Mazo se hace cargo de la plaza de pintor de cámara. Si la mano de Mazo podría estar justificada en las zonas de mejor calidad, el conjunto revela la colaboración del taller velazqueño.
Esta pareja de retratos orantes de los reyes es posterior a la de mayor tamaño e idéntica actitud arrodillada ante un reclinatorio del taller de Velázquez que, procedentes también del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, se encuentran hoy en el Museo Nacional del Prado. Todas estas efigies orantes, junto a las del llamado «Balcón Real» pintadas en la pared de la escalera del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, conforman un elenco muy representativo de efigies piadosas de la familia real de Felipe IV.
Aunque debieron estar ubicadas en la capilla de la Virgen del Patrocinio de la basílica escurialense desde 1658, no se registran documentalmente en dicho emplazamiento hasta la «Descripción del Monasterio de El Escorial» del jerónimo fray Damián Bermejo de 1820.