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Enconchados del Museo de América

La serie de seis tablas sobre la Conquista de México, de las que se exponen la primera y la última, representan una de las producciones más extraordinarias del virreinato de Nueva España. Pintadas en el último cuarto del siglo XVII, describen el avance de Hernán Cortés desde su desembarco en Veracruz y las alianzas con indígenas totonacas y tlaxcaltecas, hasta la conquista en 1521 de Tenochtitlan, capital del imperio mexica. En cada tabla se incluyen varias escenas ocurridas en tiempos o espacios distintos, que siguen la narración de los acontecimientos descritos por los cronistas españoles.

La escena destacada, en primer plano y más grande que el resto, recrea en la primera tabla el encuentro de Hernán Cortés con el llamado “Cacique gordo” totonaca, en Cempoala (Veracruz). La intérprete fue Dª Marina o Malinalli/Malinche, que hablaba maya y náhuatl, junto al padre Aguilar que conocía la lengua maya además del castellano (Letra E). Con esa doble traducción Cortés pudo comunicarse con Moctezuma. En la segunda tabla, la escena principal muestra a los soldados de Hernán Cortés derribando los ídolos aztecas: Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, representados como dragones y demonios medievales.  

Con el establecimiento de la ruta del galeón de Manila que comunicaba Filipinas con México, la capital del virreinato se había convertido en uno de los ejes de la mundialización. Allí se fusionaron tradiciones y personas procedentes de los cuatro continentes (América, Europa, Asia y África) dando lugar a obras tan singulares como estos enconchados. Su nombre se debe a la técnica de embutido de láminas de nácar sobre tablas estucadas y pintadas al óleo que recuerdan el estilo de los muebles de arte nambán japonés. Además del contenido iconográfico, el uso de fondos dorados y reflejos de luz matizados con suaves veladuras de color transmiten un mensaje simbólico, simulando la ostentación de las obras asiáticas con apliques de oro, plata y concha. El principal taller estuvo a cargo de los hermanos Juan y Miguel González, quienes firmaron un tercio de los aproximadamente doscientos cincuenta enconchados que se conocen. Se trata de una producción limitada, ya que se realizaron durante poco más de cien años, desde mediados del siglo XVII a mediados del XVIII, coincidiendo con el pleno gusto Barroco. 

Los marcos son por sí mismos auténticas obras de arte en la que las aves y las flores se entremezclan sobre fondos negros que emulan los muebles de laca de origen asiático. Otra serie de 24 tablas con el mismo tema fue encargada en 1698 por el virrey José de Sarmiento y Valladares (1696-1701), conde de Moctezuma para regalar a Carlos II, con el fin de ensalzar la dinastía de los Austrias y la defensa de la Fe. El virrey ordenó otra copia para su colección que en sus traseras muestra aves acuáticas y árboles pintados al estilo de las de la escuela Kanō del Japón. La relación de los enconchados con el arte nambán o el estilo japonés es evidente y refuerza esa idea de la temprana mundialización.

Galería de imágenes

Título

Enconchados del Museo de América

Tipo de objeto

Cuadro

Autor

Anónimo. Virreinato de Nueva España (-)

Datación

1676-1700

Características

Óleo sobre tabla con incrustación de nácar

Dimensiones

205 x 121 cm.

Procedencia

Museo de América, MAM 00125 y MAM 00130. Adquiridas en 1941

Ubicación

Planta -1. Sala Austrias. Ámbito Carlos V

Créditos

Texto: Andrés Gutiérrez Usillos. Fotografía: Patrimonio Nacional

Patrocinadores

Fundación Ramón Areces

Colaboradores

Museo de América, Madrid

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La devoción a la Virgen de Guadalupe se inicia a partir de 1531, cuando se produjeron las apariciones marianas al indígena Juan Diego Cuauhtlaloac, a quien la Virgen eligió para comunicar al arzobispo de México, fray Juan de Zumárraga, que erigiera un templo en honor suyo en el mismo lugar donde habían ocurrido los hechos milagrosos, el monte de Tepeyac. La advocación de la Virgen de Guadalupe mexicana es una creación del barroco novohispano y nada tiene que ver con su homónima española, cobrando un enorme éxito a lo largo de los siglos XVII y XVIII, que se tradujo en la producción de múltiples imágenes guadalupanas realizadas por artistas mexicanos, que se distribuyeron por todo el país, así como en España y por toda América.

Como ocurre con todo icono sagrado, su representación artística reproduce fielmente la vera effigie guadalupana, que quedó impresa sobre el ayate de Juan Diego cuando se le apareció la Virgen por cuarta vez, efigie sagrada que se venera como una auténtica reliquia en la Basílica de Santa María de Guadalupe en Ciudad de México. En líneas generales, la Virgen responde al tipo establecido para la Inmaculada Concepción, con manto azul estrellado y corona, rodeada del resplandor de la mujer apocalíptica y elevada sobre la luna en cuarto creciente, que sostiene un ángel. Pero también se le han añadido novedades, como el representarla con rasgos indígenas y rodearla de flores, queriendo recordar el episodio del “milagro de las flores”, en el que Juan Diego deja caer ante el arzobispo las rosas, que milagrosamente fueron sustituidas por la imagen de la Virgen, que se imprimió en su manto.

Dentro del conjunto de palacios y monasterios reales pertenecientes a Patrimonio Nacional, el único edificio que atesora imágenes pictóricas de la Virgen de Guadalupe de México es el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, que reúne cinco ejemplares de las dos modalidades en las que suele representarse dicha advocación americana. En esta versión el pintor novohispano Juan Correa (Ciudad de México 1646-1716), introduce las sucesivas apariciones marianas a Juan Diego en los cuatro ángulos de la composición y una vista de Tepeyac y sus alrededores en la parte inferior. Juan Correa realizó varias réplicas de la Guadalupana para España, presentando ésta la curiosidad de estar firmada en el año de su muerte, 1716.

Texto: Carmen García Frías

Autores y coleccionistas

Carlos II
Monarca

Carlos II

(Madrid, 1661 - Madrid, 1700)

Último de los cinco hijos de Felipe IV (1605-1665) y de su segunda esposa, Mariana de Austria (1634-1696), el futuro Carlos II nació apenas cinco días después del fallecimiento de su hermano mayor, el Príncipe Felipe Próspero, por aquel entonces heredero de la Corona española. Aquejado desde la infancia de una frágil salud, contra todo pronóstico el Príncipe logró sobrevivir y suceder en el trono a su padre, Felipe IV, el 17 de septiembre de 1665. Convertido en Rey de España cuando aún no había cumplido los cuatro años, su madre, Mariana de Austria, ejerció la Regencia hasta que fue declarado oficialmente mayor de edad en noviembre de 1675. La educación del Rey niño fue encomendada a Francisco Ramos del Manzano y se basó en un programa educativo que incluía el estudio las primeras letras, el dogma católico e idiomas como el latín, el italiano y el francés, además de materias como la Geografía y la Historia.

A lo largo de su juventud, Carlos II fue testigo de las pugnas políticas que se desarrollaron durante la Regencia de su madre, derivadas en buena medida del enfrentamiento entre la Regente y Don Juan José de Austria, hijo ilegítimo de Felipe IV, quien se hizo con el poder en enero de 1677 tras el triunfo de una conjura aristocrática. En calidad de primer ministro de Carlos II, Don Juan José alentó el desarrollo de una política reformista en los ámbitos económico, hacendístico y administrativo. A corto plazo, los resultados de los planes de Don Juan José de Austria fueron desiguales debido a que no sólo contaron con la oposición de la Grandeza española sino a que también coincidieron con un periodo de grave crisis económica. Sus sucesores en el cargo de primer ministro, el Duque de Medinaceli y el Conde de Oropesa, continuaron apostando por la vía de la reforma trazada por Don Juan José hasta su muerte, el 17 de septiembre de 1679. De la etapa de ambos hombres al frente del poder (1679-1689) datan diversas medidas como la reforma monetaria de 1680, destinada a limitar la inflación; la modernización de la gestión fiscal mediante la creación del cargo de superintendente general de Hacienda, o la potenciación de la figura del Secretario del Despacho Universal como enlace entre el Monarca y las instituciones de gobierno.

La política exterior durante el reinado de Carlos II se caracterizó tanto por las dificultades de la Monarquía Hispánica para responder favorablemente al expansionismo francés, con los costes financieros, humanos y territoriales que ello entrañó, como por su participación en las distintas coaliciones orquestadas por las potencias europeas contra la Francia de Luis XIV. A consecuencia de los conflictos bélicos en los que tomó parte desde 1665, la Monarquía se vio obligada a ceder a Francia el Franco Condado y diversas plazas fuertes de los Países Bajos españoles. Además, en virtud del Tratado de Lisboa del 23 de febrero de 1668, el gobierno de Madrid reconoció la independencia de Portugal.

Carlos II casó en dos ocasiones. Su primera esposa, con la que contrajo matrimonio en Quintanapalla (Burgos) el 18 de noviembre de 1679, fue la Princesa francesa María Luisa de Orleans (1662-1689), sobrina de Luis XIV. Viudo desde febrero de 1689, la segunda boda del Monarca con Mariana de Neoburgo (1667-1740) fue ratificada en Valladolid el 4 de mayo de 1690. Carlos II no tuvo descendencia de ninguno de sus dos matrimonios. Esta circunstancia convirtió la cuestión sucesoria en un problema internacional. Los tres principales candidatos a la sucesión del Monarca fueron Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV de Francia y de la Infanta española María Teresa, hija mayor de Felipe IV; el Archiduque Carlos de Austria, segundogénito del Emperador Leopoldo I de Alemania y bisnieto de Felipe III; y el Príncipe José Fernando de Baviera, fallecido en febrero de 1699, sobrino nieto de Carlos II a través de su hermana la Infanta Margarita. Cada uno de los potenciales herederos a la Corona contaba en la corte de Madrid con distintos valedores, entre los que destacaban la Reina madre, Mariana de Austria, defensora de los derechos de la Casa de Baviera; el pro-francés Cardenal Portocarrero, y la Reina Mariana de Neoburgo, partidaria de la Casa de Austria. Paralelamente, Francia, Inglaterra y las Provincias Unidas abogaron por la partición de la Monarquía Hispánica tras la muerte de Carlos II, negociando sin la participación española los conocidos como “Tratados de Reparto”.

Los últimos años de vida del Monarca estuvieron condicionados no sólo por el agravamiento de sus problemas de salud, a causa de lo que fue sometido a varios exorcismos en la creencia de que estaba hechizado, de ahí el sobrenombre con el que ha pasado a la Historia, sino también por las presiones que recibió de distintos miembros de su entorno para que designara un heredero a la Corona. En su último testamento, firmado el 3 de octubre de 1700, Carlos II nombró sucesor a Felipe de Borbón. La muerte del Rey tuvo lugar en Madrid el 1 de noviembre de ese mismo año. Sus restos reposan en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial. Carlos II fue el último Rey de España perteneciente a la Casa de Austria.

Fuente: Real Academia de la Historia (https://www.rah.es)

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