El columpio
1779-1801
Entre los años setenta y ochenta del siglo XVIII, Goya no estaba pasando por uno de sus mejores momentos personales. En 1777, mientras termina «Baile a orillas del Manzanares» se encontraba sufriendo una grave enfermedad y entre 1774 y 1782 su mujer, Josefa Bayeu (1747-1812), había dado a luz a seis hijos y ninguno de ellos sobrevivió. Sin embargo, en el plano profesional estaba teniendo uno de sus momentos más fructíferos ya que, como se recoge en una de sus cartas a Martín Zapater (1747-1803) en el año 1779, los primeros cartones que había presentado a Carlos III (1716-1788) y a los príncipes de Asturias «no podía desear más en cuanto a gustarles mis obras». Pocos meses después de esta carta, Goya entregaba a la Real Fábrica de Tapices este diseño de tapiz, titulado «El columpio» y destinado al antedormitorio de los príncipes de Asturias, el futuro Carlos IV (1748-1819) y su mujer María Luisa de Parma (1751-1819), en el madrileño palacio de El Pardo.
Esta obra está descrita por el propio pintor como una familia que sale al campo a divertirse. Entendiendo el concepto de «familia» en un aspecto más amplio que el actual, nos encontramos a cuatro niños, elegantemente vestidos, y un perro, acompañados por tres mujeres en un columpio colgado de un árbol. La mujer que se columpia está vestida de maja mientras que, la que está frente a ella, viste de nodriza y sostiene unas andaderas que sujetan a uno de los niños, que ofrece flores a las otras dos infantes. El conjunto lo completa una tercera dama que, de espaldas al grupo, observa a los hombres que están al fondo. Se observa, por tanto, una composición triangular que, por parte de la crítica, siempre ha tenido importantes comparaciones con la pintura rococó francesa.
Uno de los hechos más interesantes de esta serie de temas populares fueron las novedades compositivas y temáticas en las que participaron, creando una imagen muy discutida de españolidad. Es más, parafraseando a Janis Tomlinson, las artes, en este caso la del tapiz, acompañaron los esfuerzos en la economía y la política por situar a España en la vida de un Estado nacional moderno. Por ello, el abandono de diseños costumbristas como los de Teniers, y la introducción de composiciones nuevas y originales, protagonizadas por personajes como los majos y majas madrileños que, con sus redecillas para el pelo y chalecos, representaban los pasajes con una dignidad propia de escenas históricas contemporáneas, ofrecían ese elemento de búsqueda de lo nacional que durante tanto tiempo se perdió.