La feria de Madrid
1779-1801
Tras finalizar su primera serie de cartones para tapiz sobre escenas de caza, iniciada por Ramón Bayeu (1744-1793) en 1775 y supervisada por su cuñado Francisco Bayeu (1734-1795), Goya (1746-1828) llevó a cabo otros ciclos de diseños para paños de forma completamente independiente. En estas composiciones, realizadas para el príncipe Carlos (1748-1819) —futuro Carlos IV— y su esposa María Luisa de Parma (1751-1819), estaban destinadas al madrileño palacio de El Pardo y contaban con los temas populares que los herederos le solicitaron. Estos encargos se establecieron en el comedor de los príncipes (1776-1778) y en su dormitorio y antedormitorio. Los tres proyectos, que el pintor aragonés acogió de muy buen grado, poseen una línea continuista y positiva de la sociedad popular madrileña, destacando en todas la conocida figura del majo, protagonista de escenas taurinas, de danza o juegos.
«La feria de Madrid» fue uno de los primeros cartones que Goya entregó en 1779 y se considera que hacía pareja con «El cacharrero». Situado uno frente al otro, para Jutta Held este enfrentamiento espacial representaba para el pintor la lucha de los majos con otro protagonista de la sociedad madrileña que no había tenido un lugar destacado hasta el momento: el petimetre vestido a la moda francesa. Su colocación en el centro de este tapiz, así como su pareja femenina, validaba la consideración superior de ellos en cuanto a educación y prestigio social, y acercaba a Goya a las corrientes ilustradas francesas que tan de moda estaban en ese momento. La pareja de petimetres se encuentra acompañada, entre otros personajes, del «connaisseur» quien, de espaldas al espectador, escrudiña con sus anteojos las obras de arte que tiene el comerciante en su puesto. Al fondo de la composición, se recorta sobre el celaje la cúpula de un edificio religioso que se identifica con San Francisco el Grande, que había sido terminado pocos años antes.
Técnicamente hay que destacar la seguridad artística que estaba consiguiendo Goya en estos momentos, lo que le permitió crear composiciones armónicamente agrupadas con una paleta fresca y luminosa. En esta pieza, destacan los brillos tornasolados de las ropas de los tres personajes situados en primer término, así como las calidades metálicas del bodegón que se dispone en el suelo frente a ellos. En contraste con el foco de luz que irradia a estos personajes, el anticuario aparece en un logrado contraluz y una pose que anticipan el autorretrato que el pintor realizaría en 1784 en la importante pintura de «La familia del infante don Luis de Borbón» conservada en la Fundación Magnani-Roca de Parma.