María Luisa de Borbón, infanta de España y gran duquesa de Toscana
1770
Antonio Rafael Mengs (1728-1779) recibió el encargo de realizar una serie de retratos de la familia de la infanta María Luisa de Borbón (1745-1792), hija de Carlos III y de María Amalia de Sajonia y esposa del gran duque de Toscana, Pedro Leopoldo de Habsburgo-Lorena. Pintó las diversas efigies en el Palazzo Pitti de Florencia, enviando a España los cinco lienzos resultantes: dos de los grandes duques y tres de los cuatro hijos, al figurar juntos en uno de ellos los archiduques Fernando y María Ana. Estos cuadros se conservan en el Museo del Prado (cat. P002198-P002199 y P002191 a P002193).
Este retrato procede de la colección romana de Carlos IV, en una adquisición realizada a través de José de Madrazo. Este pintor supo hacerse con diversas obras de Mengs procedentes de la testamentaría. En efecto, en el inventario de la colección romana de Carlos IV, de 11 de febrero de 1819, se anota como «21. Retrato de la Emperatriz Dª María Luisa de Borbón, por el Caballero Mengs, alto 3 pies, 2 pulgadas, ancho 2 pies, 7 pulgadas, en tabla, sin concluir. Bueno». Todo apunta a que es el registrado en la testamentaría de Mengs tras una efigie del gran duque de Toscana «in tavola di grandezza di quattro palmi»: «Ritratto compagno della Gran Duchessa».
Es versión autógrafa, en todo conforme al cuadro del Museo del Prado, a excepción del soporte, al optar por la tabla por su textura más lisa en vez del lienzo, y de tener ciertas partes inacabadas, como el cortinaje del fondo, el sillón, ciertas zonas del vestido y el abanico, que carecen de esa «última mano». Sin embargo, y según se ha reconocido, en las partes acabadas –cara y detalles del vestido– se muestra claramente superior a la versión del Prado, cuyo lienzo de trama gruesa no ofrece la textura lisa de la tabla, el soporte preferido por Mengs.
La gran duquesa está sentada en un sillón de madera tallada y dorada, cuyo tapizado final debería de haber conseguido la apariencia de terciopelo y agremán dorado. Con traje de corte en sedas blancas y azules, fichú y mangas de encaje, tiene las manos cruzadas en el regazo. La enguantada sostiene un abanico cerrado, cuyas guardas han quedado sin la decoración en oro y azul del ejemplar del Prado, mientras la derecha agarra el otro guante largo, cuya abertura daba libertad al movimiento de los dedos. Con el cabello empolvado y recogido hacia atrás, luce pedrería en la toca y, en el cuello, cuentas de perlas en un solo hilo y una gargantilla con solitario, de la cual pende una pequeña cruz de diamantes, como en el retrato de su cuñada en Nápoles, por Mengs.