La entrada de Cristo en Jerusalén
1496-1504
Forma parte del «Políptico de Isabel la Católica», junto a otras escenas de la vida de Cristo. La escena se desarrolla, tal como evocan los evangelios ortodoxos (Mateo 21, 1-11; Marcos 11, 1-11; Lucas 19, 35-39; y Juan 12, 12-18), en un paisaje abierto y de amplios horizontes, el cual queda delimitado a su derecha con la ciudad amurallada de Jerusalén, cuyo perfil con tanta profusión de torres recuerda el de las villas medievales de Castilla. El aire limpio y luminoso del cielo azul y la meseta rocosa del fondo también evocan tierras castellanas. Las aves que surcan el firmamento, como suele ocurrir en muchas de las escenas del conjunto, parecen golondrinas, que prefiguran la Resurrección de Cristo. Un potente árbol solitario, al que está subido un muchacho, sirve de conexión entre el grupo principal de primer término, con Cristo sobre el pollino acompañado de sus discípulos y de otros personajes, y el más numeroso de los habitantes de Jerusalén que salen a su encuentro. Cristo va ataviado con el acostumbrado vestido de un intenso azul oscuro y el nimbo crucífero en dorado, con el que se representa en casi todas las escenas.
El pintor se recrea en la reproducción de las texturas de las telas, especialmente en la de los mantos tirados en el suelo o en el que está todavía por tender, un lujoso tejido de brocado dorado y dibujos en verde. Precisamente el personaje que soporta este manto puede ser reconocido, por sus rasgos fisonómicos de carácter rollizo y por su elegante atuendo cortesano, con Fernando el Católico, el cónyuge de la reina mecenas.