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Flandes, Juan de

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Flandes, Juan de

(¿Bélgica?, 1465 - Palencia, 1519)

Juan de Flandes (c. 1465–Palencia, España, 1519) fue un pintor de origen flamenco, considerado como uno de los más importantes representantes del Renacimiento en España.

Los únicos datos seguros que se conocen sobre su biografía corresponden a su actividad en Castilla, entre 1496, en que entró al servicio de Isabel la Católica como pintor de Corte, y 1519 cuando murió en Palencia.

Pese a que se ignora la edad que tenía al llegar en 1496 a tierras castellanas, cabe suponer que tuviera unos treinta años —mínimo venticinco—, por lo que debió de nacer hacia 1465, o quizá un año o dos después. Aunque, a partir del apellido con el que se le conocía en Castilla, cabría pensar que nació en Flandes, no se puede asegurar, ya que los calificativos de alemán y flamenco eran intercambiables en esa época. Sin duda, no existe mejor ejemplo que el de Michel Sittow —pintor de Corte de Isabel la Católica como Juan de Flandes—, originario de Reval (Estonia), pero formado en Brujas, al que se menciona en la documentación unas veces como “Melchor alemán” y otras como “Michel flamenco”.

A juzgar por el estilo que muestran sus obras, no hay duda de que “Juan Flamenco” —como se le cita en la cartuja de Miraflores— se formó en Flandes.

No obstante, debido a su estilo tan personal y a la originalidad de sus composiciones, no resulta fácil llegar a una conclusión sobre el lugar donde pudo transcurrir su época de formación. Si en un principio se le vinculó con la pintura de Brujas, en 1924 Winkler le relacionó con la escuela de Gante al percibir en sus obras una deuda con Hugo van der Goes —patente en la Lamentación sobre el cuerpo de Cristo (Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid), que sigue una composición de Goes, conocida por varias versiones, una de ellas de mano del pintor y de su taller (Instituto Gómez Moreno de la Fundación Rodríguez- Acosta, Granada)—. Y también se ha señalado su conexión con el autor del Libro de horas de Engelberto de Nassau (Bodleian Library, Ms. Douce 219-220, Oxford), el Maestro de María de Borgoña, al utilizar la misma composición que éste para su Ecce Homo, c. 1495 (Galería Nacional, Praga). En 1967, Vandevivere mantenía esa misma opinión y aportaba nuevos argumentos, como la deuda contraída con Justo de Gante en la gama cromática.

Recientemente, Weniger (1997) rechazó esta hipótesis y vinculó otra vez a Juan de Flandes con la escuela de Brujas, al igual que Silva (2006), recurriendo a nuevos argumentos que le conectan con la pintura de Memling. De todos ellos cabe señalar el hecho de que la tabla de la Virgen con el Niño, c. 1495 (en comercio Nueva York, 1949) —anterior a su llegada a Castilla—, repite uno de los prototipos memlingnianos, que pudo conocer en Brujas —del que se sirvió también Michel Sittow— y que Juan de Flandes retomó al final de su vida en Palencia (Virgen con el Niño, colección Várez Fisa, Madrid). Y ésta no es la única deuda que Juan de Flandes tiene con Memling.

Aunque no se pueda afirmar que estuvieran relacionados directamente, lo cierto es que coinciden en aspectos de carácter estilístico o técnico como las semigrisallas del retablo de la Universidad de Salamanca, mucho más significativos que el mero empleo de un determinado prototipo, al que Juan de Flandes hubiera podido acceder sin haber estado nunca en Brujas.

Prueba de ello es que los dos representan a las figuras en primer plano, inmóviles, aisladas, sin comunicación entre ellas, con amplio dominio de líneas rectas, en su mayoría verticales, que confieren un tono ceremonial al conjunto de sus obras. Y también son semejantes el predominio de la geometría en las composiciones, el aire meditativo de las figuras y la relación que éstas tienen con el ambiente, ya sea en espacios interiores o al aire libre. Desde que Juan de Flandes llegó a tierras castellanas en 1496 se pueden apreciar todas esas notas en sus obras, como se constata en el retablo de la vida del Bautista de Miraflores (1496-1499), en escenas como El festín de Herodes (Mayer van den Bergh Museum, Amberes), donde la narración se reduce a lo esencial y no hay lugar para la anécdota. Más aún, lo cierto es que las mantuvo hasta el final de sus días, salvo las variaciones propias de la evolución experimentada por su estilo.

Fuente: Real Academia de la Historia (https://www.rah.es)


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