La multiplicación de los panes y los peces
1496-1504
Forma parte del «Políptico de Isabel la Católica», junto a otras escenas de la vida de Cristo. La escena está representada de acuerdo con los cuatro evangelios ortodoxos (Mateo 14, 13-21; Marcos 6, 32-44; Lucas 9, 10-17; y Juan 6, 1-15). La figura de Cristo, alzada sobre el púlpito, aparece representada justo en el momento de bendecir los cinco panes y los dos peces que lleva un niño en una cesta y en una bandeja en primer plano, que serían el objeto del milagro que permitió dar de comer a toda la multitud congregada para escuchar al Salvador a orillas del lago Tiberiades. Bajo el estrado, otro discípulo se inclina a atender a una mujer, totalmente envuelta con una túnica y turbante blancos, con un niño enfajado en su regazo, sin otro significado que el de incluir gentes de toda condición social. La joven mujer de cabellos rubios, sentada justo detrás y vestida con rico brial escotado azul, tocada con pequeña cofia y con joyel al cuello, viene siendo identificada por una gran parte de la historiografía especializada con Isabel la Católica. Dicha hipótesis resulta bastante razonable, ya que su aspecto e indumentaria son muy próximos al pequeño retrato anónimo de la reina del Museo Nacional del Prado (P007656), una de las imágenes que mejor refleja la fisonomía de la joven Isabel. También se viene identificando al rey Fernando el Católico con el caballero, en pie tras ella, vestido de acuerdo con la moda castellana de la época, con un ropón azul y bonete negro. Además, el artista incluyó varias figuras en traje contemporáneo, haciéndolas partícipes del misterio religioso, con la intención de que el mensaje cristiano fuera más cercano a los fieles.
El resto de la multitud concentrada no ha sido definida con tanta exactitud, sino que da paso a una infinidad de cabezas indeterminadas, realizadas con toques muy meticulosos de pincel, propios de un pintor muy acostumbrado al formato miniaturesco. La escena se cierra con un paisaje rocoso con montañas azuladas al fondo, que se unen al cielo limpio y luminoso surcado por aves, al que nos tiene tan acostumbrados el pintor. El exquisito dibujo que se percibe en la ejecución de las figuras en superficie nos recuerda la gran valía de Juan de Flandes como dibujante y su relación técnica con otros artistas flamencos de finales del XV.